"Vuélvete bueno en reparar"
- Laurencia Zavala
- 13 ene
- 3 Min. de lectura
¿Les ha pasado que conocen a una persona que les parece muy atractiva, guapa, bonita, inteligente, buena persona, honesta, y demás cualidades; pero que nada más se consigue a parejas destructivas, tóxicas que incluso ni atractivo físico le vemos?
¿Qué le verán estas personas a esas parejas que las tratan mal?, ¿por qué no se dan cuenta de ello?, ¿por qué rompen con unos y se siguen topando con otros que están mal o peor?
El misterio de la atracción hacia lo destructivo está en nuestra infancia. Cuando somos niños es cuando aprendemos a amar a los demás y a nosotros mismos. Nuestras primeras relaciones van a definir la manera en cómo nos vamos a relacionar con otros, lo que vamos a poder ofrecer y también, lo que vamos a aceptar que nos ofrezcan.
Para los niños, sea lo que sea que vivan en su familia va a ser lo normal. Así que si crecemos en un lugar donde hay gritos, discusiones, golpes, adicciones, etc., cuando seamos adultos, vamos a ser mucho más tolerables a este tipo de relaciones. En cambio, otros niños que no vivieron esto, difícilmente llegan a tolerar los malos tratos y reconocen fácilmente eso a lo que les llamamos “banderas rojas”.
Es común que los adultos busquemos ambientes que nos parecen familiares pues en esos lugares tendemos a sentirnos seguros. "Nuestro sistema nervioso siempre preferirá el caos que nos parece familiar, a la paz que no conocemos".
Para poder salir de este ambiente necesitamos primeramente reconocerlo. No podemos romper el patrón, si no lo conocemos. Yo he visto en consulta a personas que lo reconocen y que, aunque sus relaciones no hayan sanado por completo, están seguras de que no quieren que sus hijos lo repitan. Siempre es más fácil hacer cambios o poner límites cuando están nuestros hijos de por medio.
¿Pero qué se puede hacer para que nuestros hijos no repitan estos patrones? Yo creo que la clave está en el diálogo interior que nuestros niños van modelando a partir de la relación que tenemos con ellos, aquí se forma la autoestima y considero que ésta, es la cualidad básica necesaria para no caer en relaciones tóxicas.
Una persona que viene de una familia caótica puede ubicar fácilmente los problemas que desea evitar, pero yo creo que si no logra integrar en su autoestima esas partes que le fueron dañadas, no logrará salirse del maltrato.
Cuando gritamos a nuestros hijos dañamos su autoestima. Y a casi todos los padres se nos escapa gritarles, perdemos la paciencia, nos gana el estrés… pero la diferencia está en qué hacemos después de haberles gritado. Si queremos romper el patrón es clave que, si se nos ha escapado un grito, (porque si venimos de familias disfuncionales es muy probable que, aunque no queramos hacerlo, terminaremos gritándoles también a nuestros niños) vayamos a reparar con palabras eso que hicimos.
¿Cuántos adultos por aquí conocen que sus padres hayan llegado a ellos a pedirles perdón reconociendo que hicieron mal en gritarles, castigarles o pegarles? Si nosotros queremos hacer las cosas mejor con nuestros hijos, es más fácil que aprendamos a reparar a que nunca vayamos a equivocarnos.
Reparar no significa decirles a nuestros niños: “perdón por gritarte es que tú me hiciste que lo hiciera porque no me hacías caso”. Reparar es reconocer genuinamente que no está bien gritar, que no es la opción aunque funcione para que nos hagan caso, y que estamos trabajando en no responder de esta manera.
Reparar es dejar de vernos a nosotros mismos por la culpa que sentimos, para ver a nuestros niños y recordarles: “te grité y estuve mal, tú no te mereces que te trate nadie así, estoy trabajando en mi paciencia y lo haré mejor la próxima vez”.
Reparar nos permite parar cuando queremos volver a gritar. Podemos detenernos e irnos a otro lugar para gritarle a un cojín o incluso pegarle, casi todos los adultos somos niños muy heridos en cuerpos de grandes que ahora queremos criar de mejor manera.
Es más fácil volvernos buenos en reparar que pretender hacerlo todo perfecto sin equivocarnos. Cuando reparamos ponermos palabras a los sentimientos, dejamos de repetir patrones, mostramos nuestra humildad y naturalizamos el equivocarnos. Además, reparar también es consolar y no olvidemos que no podremos ahorrarles a nuestros niños todo el sufrimiento, pero lo que siempre podemos hacer es darles nuestro consuelo, y eso, es el tratamiento más adecuado.
Comments